CO2 y compañía

El efecto invernadero y el CO2. 

Es un hecho incontestable que el tenue equilibrio en el clima terrestre está siendo alterado por las ingentes cantidades de dióxido de carbono (CO2) volcadas cada año a la atmósfera, debido a la quema de combustibles fósiles: gas, carbón y petróleo con todos sus derivados, entre los que destacan la gasolina, el diésel, el keroseno o el fuel para calefacción.


Ciclo del carbono: fósil, atmósfera, océanos, biosfera
Ciclo del carbono (Departamento de Energía de los EUA)

El carbono, que durante millones de años fue almacenándose en la corteza terrestre como restos fósiles, está siendo quemado y vertido a la atmósfera en un tiempo brevísimo, poco más de un siglo. Somos nosotros, los humanos, los que estamos alterando el ciclo natural del carbono, que ha funcionado durante millones de años. Cada año, al quemar combustibles fósiles para satifacer nuestras necesidades energéticas, echamos a la atmósfera 300 veces más CO2 del que se emite desde todos los volcanes.

Un cierto nivel de efecto invernadero es vital para la vida sobre la Tierra; sin este efecto, la temperatura media se situaría en -18 ºC, en lugar de la temperatura media de superficie actual, que es de 14,7 ºC, con máximos que rozan los 58 ºC y mínimos cercanos a los -90 ºC. Este efecto invernadero habitual ha mantenido la superficie terrestre en condiciones habitables, en gran parte del planeta.

Siendo el CO2 de origen fósil la principal causa de la grave perturbación en el clima de la Tierra, este gas es el que debería ser nuestro principal centro de atención. Entonces, ¿porqué las acciones oficiales se dispersan en una variedad de gases, llamados de efecto invernadero? Hagamos un brevísimo repaso. Los gases presentes en la atmósfera que, debido a su composición química, tienen capacidad de influir en el efecto invernadero son: el vapor de agua, el metano, el óxido nitroso, el ozono y los hidrocarburo clorados y fluorados.


El vapor de agua. 

No es de origen fósil y tampoco los humanos tenemos mucha capacidad de afectar su concentración. La cantidad de vapor de agua presente en la atmósfera depende, en cada momento y región, de la temperatura y la presión. Además, el vapor de agua tiene una particularidad, pues en el momento en que se condensa formando pequeñas gotitas -las nubes- tiene justo el efecto contrario, es decir, las nubes actúan a modo de espejo, reflejando la luz del Sol hacia el espacio, evitando que la Tierra se caliente. El vapor de agua no se contabiliza como GEI.


El dióxido de carbono, CO2. 

Es el gas de origen fósil que más contribuye al aumento del efecto invernadero, que conduce a una grave alteración del clima terrestre. Además, las ingentes cantidades de CO2 volcadas a la atmósfera -unos 100 millones de toneladas cada día- tienen efectos devastadores en el océano, que se estima ha absorbido más del 30 % del CO2 arrojado a la atmósfera desde el inicio de la revolución industrial desde Occidente. El nivel actual de CO2 atmosférico se sitúa en las 420 ppm, el 0,0420 %, 140 ppm por encima del nivel existente antes de la era industrial, 280 ppm, 0,0280 %. Por supuesto, el CO2 se contabiliza como GEI.


El metano, CH4. 

No es de origen fósil. La concentración de metano en la atmósfera ha ido aumentando desde el inicio de la revolución industrial, debido a la creciente extracción de combustibles fósiles, así como el aumento de la población en el planeta. De los cerca de 800 millones de habitantes a mitad del siglo XVIII, hemos pasado a superar los 8.000 millones. Ello ha conllevado el subsiguiente aumento de la actividad agrícola y ganadera, que supone una parte del metano vertido a la atmósfera. Con todo, la concentración de CH4 no tiene parangón con la de CO2, pues es de tan solo 1,9 ppm, el 0,00019 %, 1,2 ppm por encima del nivel existente antes de la era industrial, que era 0,7 ppm, 0,00007 %. Curiosamente, a pesar de la ínfima concentración del metano en la atmósfera y, sobre todo, teniendo en cuenta su origen no fósil, se contabiliza como GEI. ¿A quién beneficia contabilizar el CH4 como GEI, en lugar de concentrar todo el esfuerzo en el CO2?


El óxido nitroso, N2O. 

No es de origen fósil. Aunque la mayor parte del N2O atmosférico tiene su origen en procesos naturales, hay que relacionar el ligero aumento de la concentración de N2O en la atmósfera  con el aumento de población. Su concentración en la atmósfera tampoco tiene parangón con la del CO2, ya que es tan solo de 0,33 ppm, el 0,000033 %, solamente 0,06 ppm por encima del nivel de N2O existente antes de la era industrial, que era 0,27 ppm, el 0,000027 %. Porcentajes absolutamente ridículos, tanto el valor absoluto, como el ínfimo aumento desde la era industrial. A pesar de estos números, el óxido nitroso se contabiliza como GEI. ¿A quién beneficia contabilizar el N2O como GEI, en lugar de concentrar todo el esfuerzo en el CO2?   


El ozono. 

No es de origen fósil. El ozono troposférico tiene una doble función, por un lado, un efecto beneficioso al absorber más del 90% de la radiación ultravioleta (UV) que nos llega del Sol, por otro, un efecto pernicioso como GEI. Se considera este segundo efecto como menor y, por tanto, que se ve compensado con creces por el efecto filtro sobre la radiación UV. El ozono no se contabiliza como GEI.


Hidrocarburos cloro- y fluorocarbonados. 

No son de origen fósil. Una parte de estos compuestos, los llamados clorofluorocarbonos CFC, son objeto del protocolo de Montreal, dado su efecto destructivo de la capa de ozono troposférico. El resto de compuestos alcanza concentraciones mil veces inferiores al N2O. A pesar de la ínfima concentración en la atmósfera y de tener un impacto irrisorio en el aumento del efecto invernadero, diversos gases de este grupo se contabilizan como GEI. ¿A quién beneficia contabilizar los gases fluorados como GEI, en lugar de concentrar todo el esfuerzo en el CO2?    

Alguien pensará que los GEI distintos del CO2 tienen algo más de impacto en el efecto invernadero. Así es, debido a las propiedades de cada molécula, se han asignado, de forma empírica, unos parámetros que modulan la capacidad de calentamiento global de cada GEI. Sumadas todas contribuciones de los distintos gases, fuera del CO2, teniendo en cuenta su bajísima concentración atmosférica, no alcanzan entre todos la quinta parte del pernicioso efecto del dióxido de carbono.

Los números estan aquí expuestos con claridad. Solo cabe añadir aquello de "No hay más preguntas, Señoría", seguido de una pregunta y reflexión a ti, que me estás leyendo: 

¿A quién beneficia contabilizar como GEI el metano, el óxido nitroso o los hidrofluorocarbonos, en lugar de concentrar en el dióxido de carbono todos los esfuerzos para detener el desastre climático?


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